A mediados de la década de los noventa del siglo pasado, en
uno de los proyectos en los que trabajaba, contaba con una colaboradora que
rebañaba todo descuento que caía por su ámbito de actuación o influencia, ya
fueran los cupones de las páginas amarillas hasta los folletos de rebajas o reducción
de precios. Lo suyo era obsesión, porque no andaba mal de “pasta”.
Te realizo esa introducción porque ayer me acordé de ella. La
tarde la aproveché charlando con un grupo de jóvenes acerca del futuro que les
depara y el duro presente que transitan, intentando poner a su disposición mis
relativos conocimientos y experiencia de mi caminar. Empecé la sesión
encasillándolos como “nimileuristas” y terminé catalogándolos como “generación
descuento” (discount generation).
Me explico. Es sorprendente la capacidad de superviencia de estas
personas, de entre dieciocho y veinticuatro años, en la selva consumista y cruel
en la que les toca vivir, ya sea soportando presuntos bochornos y denigraciones
en sus ámbitos familiares, hasta su día a día relacional con sus amistades y
allegados, pasando por la sobrevivencia diaria.
Y en esa lucha a la que se ven subconscientemente
obligados, en el filo de la desesperanza e impotencia económica, utilizan todas
las artes que aprenden sobre la marcha, como por ejemplo, pasar de marcas y
clichés de modas y centrarse en el justo precio y si es con descuento, mejor.
Así, hacen lo que antaño mi colaboradora, siempre que pueden, se patean y trabajan las rebajas, las ofertas, los cupones, …, en síntesis, los
descuentos que los comercios ofrecen cada vez con más periodicidad o asiduidad,
de forma que estrujan los escasos recursos financieros que logran conseguir.
Toda una proeza.
Y la otra orilla, supongo, es en la que se encuentran aquellos
establecimientos comerciales que se han dado cuenta de esta situación “discount”
e intentan, con más o menos acierto publicitario, atraer a esta masa de
desheredados por la crisis (Fuente de la imagen: elaboración propia).