La tarde la disfruté en consorcio con dos amigos, que sugirieron que les acompañara como "escuchante" a una reunión de trabajo en un bufete de renombre, situado en la otrora próspera
medina andalusí y una de las ciudades fenicias más antiguas de Europa. Consecuencia de la deformación profesional derivada de la experiencia como auditor interno (ver post "Ni seguratas, ni chivatos ni detectives"), observaba todo lo que acontecía en el entorno inmediato. Recordé unas frases atribuidas a Albert Einstein sobre el pronunciado yoismo que habita en determinadas personas.
Ya en el hogar, busqué y encontré el texto en el sitio Averroes de
la Junta de Andalucía, que te transcribo a
continuación:
“Un ser humano es parte de un todo, llamado por nosotros
universo, una parte limitada en el tiempo y el espacio. Se experimenta a sí
mismo, sus pensamientos y sentimientos como algo separado del resto..., algo así
como una ilusión óptica de su conciencia. Esta falsa ilusión es para nosotros
como una prisión que nos restringe a nuestros deseos personales y al afecto que
profesamos a las pocas personas que nos rodean. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta cárcel, ampliando nuestro círculo de compasión para abarcar a
todas las criaturas vivas y a la naturaleza en conjunto en toda su belleza.”
¿Por qué se vinieron a la mente esas palabras del físico relativista? Me explico. Suele pasar que tanto el abogado o el economista o el titulado
mercantil …, como el cliente, en la mayoría de las ocasiones profesionales, se encuentran macerados en su propio egocentrismo,
narcisismo o síndrome de yoismo, creyéndose ombligos del mundo “mundial” o
centro del Universo “universal”, amor propio a raudales y enamorados de nuestro
“yo”, lo que genera que más veces de las deseables no se pacte o acuerde lo
mejor para ambas partes o para los terceros representados, presuntos damnificados de la ineptitud de sus representantes..
El caso es que lo anterior, si una de las partes cae en esa cuenta,
puede volver la situación perniciosa en favorable a su causa, manipulando en
consecuencia, detectando y trabajando el grado de engreimiento, suficiencia y
pedantería del contrincante, brindando conocimiento hacia su contexto o petulante
escenario, hasta cocer al individuo en su propio caldo de jactancia y
vanagloria (Fuente de la imagen: elaboración propia).