En esta época que toca vivir, da igual que esté bregando comercialmente en la calle, sentado en un despacho, oficina o cubículo, colocando cajas en un
almacén, ajustando tornillos en una cadena de producción, ..., de una u otra forma siempre
deberé pensar en el cliente, ese ente hacia el que va dirigido el producto o servicio que produzco u ofrezco (o participo en la producción o en el ofrecimiento) y que se supone necesita o, en el peor de los casos, genero en él, sin quererlo o buscarlo, sensación de escasez o carestía.
Con tenacidad, concentración, información y entendimiento
creo que puedo conseguir captar la atención del potencial adquirente o consumidor y disfrutar de la oportunidad de provocar la compra. Si esa mecha se enciende, entonces es cuando
verdaderamente comienza el atrayente, excitante, proactivo mundo comercial
donde, además de cultivar continuamente los atributos anteriores, incentivaré la empatía surgida de la retroalimentación, la implicación y la integración,
que a su vez posibilitará fidelidad y confianza más allá de lo meramente lucrativo o
fructuoso (Fuente de la imagen: dibujo peque de nueve años).