Hace unas décadas, escuché que cuando piensas que sabes
algo, pero no sabes explicarlo, realmente no lo sabes. Esa reflexión la he
sentido con el artículo de Borja Vilaseca publicado en 2008 en El País, “El arte de hablar en público”, lectura sugerida por Jesús en el marco de La Comunicación: pensaba que sabía la diferencia entre hablar y comunicar pero
me temo que, a estas alturas de la vida, realmente no la sabía, puesto que no sabía explicarla. Por otro lado, desconocía la frase de Platón "el sabio
habla porque tiene algo que decir; el tonto, porque tiene que decir algo",
que me ha servido para mentalmente sintetizar parte del mensaje de Borja, en el
sentido que hablar está al alcance de todos, pero comunicar sólo de las
personas que saben por qué y para qué se dirigen a otras personas.
Asimismo, me veo reflejado en el espejo que Vilaseca
construye en la critica al descuido de la comunicación en el terreno
empresarial, a partir de unas reflexiones del periodista Manuel Campo Vidal.
Cuando echo la mirada al pasado profesional, caigo en la cuenta que no he
acicalado suficientemente la comunicación con mis semejantes, ya sea en la
relación coordinador-equipo, cliente-proveedor…, o la típica bidireccional
jefe-subordinado.
Esa escasa valoración de la comunicación en el ámbito profesional, empresarial o
institucional, me ha generado más de una desazón, inquietud o angustia,
agrandando los fracasos y atenuando los, por otro lado, relativos éxitos que
haya podido obtener en el tránsito empresarial. Indudablemente, si conecto con
mi interlocutor de manera fluida, proactiva, la conexión va más allá de lo
audible o visible, traspasando la frontera de lo perceptible conscientemente y
adentrándome en el todavía desconocido mundo emocional, esencial sustento de
las fuertes y duraderas relaciones interpersonales.
Pero voy a dejar la sana autocrítica, no vaya a ser que pienses
que soy un saco de defectos (y tampoco es eso) y pasaré a expresar mi opinión
sobre una afirmación de Campo Vidal con la que no me siento cómodo: “… es un
arte que puede aprenderse rápidamente”. A no ser que se disfrute de “un carisma
innato” o “cierta facilidad para hablar”, enfrentarse a los miedos e
inseguridades que rodean a cada uno del resto de los mortales no es un huevo
que se echa a freír, unido a que la vida, si te la planteas como una perenne
superación, es un sinuoso camino salpicado de continuos altibajos que influyen
en tu ánimo y condicionan, en mayor o menor medida, la comunicación que te
envuelve por doquier.
Efectivamente, “para que los demás te crean y confíen en ti,
primero tienes que creer y confiar en ti mismo", pero presiento que si atrapara
el toro del aprendizaje comunicativo por los cuernos, después de no pocas
embestidas, lograría subyugar, no del todo, esas aprensiones y vacilaciones,
dejando entrever poco a poco al animal locuaz que hay dentro de cada ser social.
Evidentemente, con la práctica continuada y, sobre todo, la lectura, la escucha
y esa observación reflexiva, se conseguirá un determinado nivel de
comunicación, el cual hay que mantener, como la llama de un cálido fuego.
Tampoco coincido con la opinión de Emma de Llanos. Me
explico. Cuando pequeño, por cuestiones que no vienen al caso en este momento,
tenía dificultades para hablar, tartamudeando en la mayoría de los momentos
comunicativos. Recuerdo el comentario de un profesor que me dijo: “Manolo, no
importa cómo lo digas, sino lo que digas”. Aquel consejo, contrario a la idea de Emma, me vino muy bien para superar algunos de los desajustes que padecía.
Pienso que “el cómo” es importante pero “lo que se dice” también, por lo que
aplicaría la siguiente receta: Tener claro, primero, “qué quiero expresar”,
para luego, dependiendo del entorno recipiente, modular el mensaje.
Se le atribuye a John Locke la siguiente reflexión:
"Dios ha creado al hombre como un animal sociable, con la inclinación y
bajo la necesidad de convivir con los seres de su propia especie y le ha
dotado, además, de lenguaje, para que sea el gran instrumento y lazo común de
la sociedad" (fuente: frasescelebresde.com). Sin embargo, ese lenguaje no
debe sólo circunscribirse a la palabra, sino abarcar al resto del lenguaje no
verbal que nos rezuma por doquier. Por lo anterior, no me cabe la menor duda
que en la comunicación del mensaje, no sólo las palabras o la voz tienen valor.
Desde hace tiempo, está suficientemente contrastado, por estudiosos de la
comunicación, que lo que Borja llama “lenguaje corporal” pesa muchísimo en la
traslación de los paquetes de información al receptor. Ahora bien, insisto en
que lo importante es lo que quiero decir y, en función del perfil del emisor y
aprovechando todos los recursos disponibles, cómo voy a decirlo (Fuente de la imagen: elaboración propia).