Llegamos a la conclusión que lo primero es saber qué es
para mí un cliente incómodo o infernal.
Para ello, nos sentimos más cómodos definiendo lo que
entendíamos como un cliente bueno.
Sobre gustos no hay casi nada escrito.
Las amenidades pasearon desde aquél que te liquida la factura
al momento hasta el que no te pide descuento.
A partir de ahí, una vez definido el perfil bienhechor, si
un cliente no lo consideramos bueno, realmente no lo queremos como cliente.
Si podemos, lo mejor es buscar una salida a la situación,
proponiendo al no deseado, con estilo, otras opciones ofertadas por la competencia.
Ahora bien ¿Realmente existen clientes malos? (fuente de la imagen: sxc.hu).